por Cristóbal Ramirez
¿Alguna vez ha estado dentro de un cuento de hadas? No hace falta quedarse en harapos y ser Cenicienta. Basta con volar hasta Praga, la capital de la República Checa, situada en la región de Bohemia, en medio de campos irreales. Todo está limpísimo, las agujas de las iglesias se elevan al cielo, los caballos que tiran de los coches para turistas son casi modelos de alta costura, las fachadas están ricamente decoradas, los tejados son de un rojo irreal, los puentes se alinean tan ordenadamente que parece que siguen leyes matemáticas, el río posa como si tuviera diamantes incrustados… La fantasía comienza en la Plaza Staroměstská o de la Ciudad Vieja, donde se nos puede descoyuntar el dedo de tanto apretar el botón de la cámara: el Ayuntamiento con su reloj astronómico y los doce apóstoles y la iglesia de Týn. Para dar más sensación de espejismo a la visita, a dos pasos queda la casa donde vivió el escritor Franz Kafka.
Esta ciudad es campeona de la historia porque se fundó en el siglo IX pero ha sufrido en sus carnes dos guerras mundiales, la invasión nazi, el terror comunista y el éxodo judío. De hecho, del antiguo barrio hebreo impresiona el cementerio y la sinagoga más antigua de Europa. Si se cruza el Puente de Carlos con sus 30 esculturas (hay que pedir un deseo a la de San Juan Nepomuceno) se entretendrá con músicos y vendedores y desembocará en el barrio de Malá Strana, que significa ciudad pequeña. En sus callejones vivieron, bebieron, charlaron y crearon obras muchos poetas, escritores y músicos en el siglo XIX. Aquí podrá entrar en muchas de esas tiendas donde se pueden comprar las famosas marionetas de Praga. También se encuentra el mítico muro que homenajea a John Lennon. Y después hay que hacer ejercicio subiendo hasta el lujoso castillo, del año 870, para ver las vistas del río Moldova y el Palacio Lobkowicz, una joya del siglo XVI con una colección de obras de Canaletto, Rubens o Veronese, además de instrumentos musicales. El barrio de Ciudad Nueva huele a dinero: es allí donde nos podemos ir de shopping. Y como ir de compras es muy duro, reconozcámoslo, en la Plaza Wenceslao esperan mercadillos donde probar salchichas y puré de patata o caldo calentito. Después de reponer fuerzas es una obligación visitar el Museo Nacional, con una colección principalmente científica. El arte actual se esconde en el Museo Kampa de Arte Contemporáneo, la modernidad se palpa en la famosa Casa Danzante, de Frank Gehry, y la historia se siente en el Museo del Comunismo. En la Avenida Nacional nos miran los palacios modernistas y cubistas. En el Teatro Estatal se estrenó la ópera Don Giovanni, de Mozart.
Reserve al menos un día para entregarse al placer de observar, comer y no hacer nada en esta ciudad de postal. U Kapra (calle Zatecká, 7) ofrece auténtica comida checa casera y Pravda (Pařižska, 17) sirve cocina internacional, desde rusa a vietnamita. Los cafés hay que tomarlos en Slavia (Smětanovo Nábřeží, 1012), donde se reunían los intelectuales durante la época comunista, y en Louvre (Národní, 22), que frecuentaban Kafka y Einstein. Las representaciones de sombras en el Teatro Negro Animato liberan la mente. Y entre tanto refinamiento, tanto dorado y tanto legado cultural, los atardeceres no se quedan atrás: son de un color rojo que no se ha visto en ninguna paleta. ¿Es que en esta ciudad no hay nada que sea normal y corriente? Por suerte, no.
Datos útiles:
- Praga tiene 1.200.000 habitantes.
- El clima es continental, con unos inviernos bastante fríos donde abundan las grandes nevadas y unos veranos muy calurosos. La mejor fecha para visitar la Republica Checa es en los meses de primavera y otoño, aunque octubre y noviembre suelen ser lluviosos.
- La moneda oficial es la corona checa.
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Foto | Panoramas
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