por Cristóbal Ramírez
La luz es suave y nos envía destellos ocres al escaparse por las callejuelas. Estamos en el Mediterráneo y Montpellier, la capital del Languedoc-Roussillon, se muestra vibrante y resplandeciente. Y no solo por su arquitectura, de corte burgués y parisino. También por su vida, que se hace en la calle, al contrario que en otros lugares del centro y norte de Francia. La Place de la Comedie, el centro neurálgico, podría estar en cualquier capital europea: balconadas elegantes, chaflanes con torreones y, al fondo, el Palacio de la Ópera, construido en el siglo XIX a partir del modelo de la Ópera de Garnier de París. Siéntese en una terraza a tomar un café mientras guarda en la memoria la grandiosidad de este lugar, conocido por su forma como El Huevo. Uno siente que late en conexión con el latido de los demás y de esta urbe siempre en constante movimiento.
Continúa la animación en la explanada de Charles de Gaulle, que hace las veces de ramblas, y en la Place de Saint Côme (más terrazas, más bares, más restaurantes). Nos resultará extraño tanto silencio cuando entremos en la Catedral de San Pablo, del siglo XIV. Gótico a más no poder. Fuera, lo más probable es que nos encontremos con hordas de universitarios, siempre armando jaleo en la ciudad desde el siglo XII, cuando nació la Escuela de Medicina, pionera en Europa. Allí estudió y ejerció Nostradamus, médico de origen judío más famoso hoy en día por sus profecías en las que algunos han visto el nazismo o el 11 S.
Otro momento de recogimiento: el Museo Fabre, donde se exponen cerámicas de Grecia y el resto de Europa e incluye una gran colección de pintura que va desde el siglo XVII hasta el XIX, con obras de Delacroix o Courbet. El Jardín Botánico, de finales del siglo XVI, es perfecto para descansar la vista y respirar el olor de la naturaleza. Pasamos junto al Arco del Triunfo y el Acueducto de San Clemente, aunque lo que más nos llamará la atención será el Castillo de Faugergues, del siglo XVII. Todo es fastuoso y resplandeciente. Después de este baño de irrealidad, lo mejor es volver a pisar la tierra con la madre naturaleza. Los niños se lo pasarán en grande en el Aquarium y el Planetarium. En el primero se aprenden las maravillas del Mediterráneo; en el segundo, las maravillas de las estrellas y el espacio. Son tan entretenidos y didácticos que pueden que les guste más a los padres. A pocos kilómetros de Montpellier está la costa, con playas enormes como la de Palavas. No obstante, nada comparable a la sensación de sentarse en cualquier plaza del centro y tomarse una copa de vino rojo como la noche.
Datos útiles:
- Montpellier tiene 230.000 habitantes.
- Su clima es suave durante todo el año: los inviernos son frescos, pero no fríos; los veranos son calurosos, pero no exagerados.
- La moneda es el euro.
- Se puede llegar a Montpellier vía Marsella.
De megustavolar.com
Foto | Wolfgang Staudt
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