Callejones llenos de polvo. Niños correteando y sorteando a los turistas. El olor a especias que se mete en los pulmones. Una moto por aquí, un burro por allá y los gritos del que quiere vender para ganarse el pan diario. La mezquita como un espejismo. Le parecerá un sueño, una película exótica o un relato de Las mil y una noches, pero Marraquech es real. Y esto es la medina, laberíntica como ella sola y donde no es difícil perderse. Se pueden comprar babuchas típicamente árabes, cuencos de cerámica pintada, carteras de cuero, alfombras y baratijas sin fin. Por supuesto hay que regatear (en Marruecos, éste es un arte sagrado). Uno puede pasarse en estos callejones horas y horas, pero cerca espera la Plaza de Yema el Fna, el ombligo de la medina. Podemos comprar frutos secos o hacernos un tatuaje de henna auténtico a ver si nos arregla el espíritu. Observamos chilabas, velos y sonrisas de dientes blanquísimos. En Marraquech la vida se hace en la calle y en el ambiente flota una sensación de carpe diem. De que no vale la pena preocuparse.
Uno contempla sus jardines y se le enciende algo dentro. Hay dos imprescindibles: el olivar Menara, del siglo XII, y el Majorelle, construido en el siglo XX. ¿Le resulta familiar la mezquita Koutoubia? Sirvió de modelo para la Giralda de Sevilla, pero no se puede entrar en ella si no se es musulmán. ¿Y eso de allí qué es? Otra mezquita, la Alí Ibn Yusuf. Quedan dos palacios: el-Badi, con sus tumbas de los príncipes saadíes, y el de la Bahía, lujo supremo. Vuelta a la Plaza de Yema el Fna para tomarnos un té desde alguna de las terrazas en las azoteas. Increíbles vistas con las antenas de la ciudad como queriendo llegar a Alá. En las espaldas de este lugar hay un mercado: no dude en comer allí cuscús, kebabs, humus de garbanzos, tajines y pastelas. Barato, sí, pero casero como de abuela marroquí.
Por las calles lo mismo se oyen rezos que la letanía “más barato que en el Carrefour” (e infinidad de frases chistosas) de los vendedores. El polvo del camino se pega al cuerpo, pero la mejor forma de quitárnoslo es en un baño árabe o hammam, como el de Ziani. Vapores, agua caliente, agua fría. Al cuerpo le sienta genial para volver a las andadas, recorrer parte de las murallas y regresar (otra vez, sí) a Yema el Fna. En la famosa plaza está el restaurante Chez Chegrouni, muy económico, con terraza y para nada uno de esos lugares de guiris. La ruta continuará fuera de la medina, en las discotecas African Chic o Pachá. Se puede beber alcohol sin problemas. En la noche de Marraquech hay más sensualidad que velos.
Datos útiles:
- Cuidado con las ensaladas, frutas, zumos y todo lo que contenga agua porque puede acarrear problemas digestivos.
- Las horas de más calor son entre las 13.00 y las 17.00, así que mejor ocuparlas con la comida, un café bajo techo o un baño en la piscina del hotel.
- Aunque al principio nos sintamos desprotegidos en la medina, es un sitio bastante seguro. Se puede contratar un guía local para que nos haga de cicerone. De todas formas, no es obligatorio: la magia reside en perderse entre callejas.
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[Adaptado de un post en nuestro blog MeGustaVolar.com]
Foto | jrgcastro
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