Costa Rica se caracteriza por ser un país con un sentimiento muy arraigado a la religión. Muchas de sus costumbres y tradiciones tienen antecedentes en ella. Esto no excluye la libertad de culto, ya que en su territorio convive una gran diversidad de credos. Recientemente, en el 2012, las investigaciones de la Escuela de Estadística de la Universidad de Costa Rica demostraron que el 46% de la población sigue siendo católico. De seguido, un 23% se identifica como católico no practicante; el 22% pertenece a otras religiones y el 9% se define como ateo o agnóstico. La segunda minoría cristiana son los protestantes, que cuentan con un 13% del total. Existen alrededor de 96.000 budistas, unos cuantos miles de judíos, musulmanes y otros.
La tradición creyente del país tiene larga data, pues sus raíces se remontan a la Conquista española del siglo XVI. Posteriormente, en la época colonial (1519–1821) tanto los europeos como el clero católico dominaron la vida social y religiosa de la entonces provincia.
En este período, la vida del creyente costarricense se desarrolló bajo la tutela de sacerdotes y seglares piadosos que tenían una preparación mínima en teología. Su orientación provenía de la Madre Patria, donde se desarrollaba un «catolicismo popular» que sincretizaba las creencias cristianas y paganas de la Península Ibérica. Este se contraponía a un movimiento más protocolario proveniente de la Santa Sede.
Dicho contexto evitó que se crearan corrientes teológicas ortodoxas. En sentido contrario, hubo un estilo más bien latinoamericano: gente pobre, analfabeta y sin mucha moralidad cristiana. La mayoría de la población vivía alejada de los centros parroquiales, por lo que abandonaban sus «deberes» y se desenvolvían en una realidad más pagana. La práctica religiosa existía al margen de la iglesia oficial y sus doctrinas fundamentales, al tiempo que disfrutaban de romerías, novenas, procesiones, devoción ciega a los santos y la superstición animista indígena.
Para muchos, las creencias criollas costarricenses pudieron caracterizarse como tibias o carentes de ardor, compromiso y fe fundamentados en la teología ortodoxa. Ello fue resultado de la falta de sacerdotes, así como las dificultades de acceso a las parroquias para los campesinos y la exigua instrucción en el catecismo.
Por otro lado, en los primeros años de vida independiente afloró cierta diversidad racial y de credo. Los primeros servicios protestantes fueron en habla inglesa, estimulados por la presencia de estadounidenses, británicos y alemanes. Las ceremonias se realizaron en San José durante la década de 1840. Luego, a finales de siglo, hubo una oleada de trabajadores chinos, indios, italianos y afroamericanos que llegó al país para la construcción del ferrocarril al Atlántico (1870-1890). Posteriormente se desarrolló la industria bananera en el Caribe (1880-1920), lo que estimuló aún más la inmigración extranjera. Ella trajo consigo diferentes creencias: mientras que los europeos eran católicos, los indios profesaban el hinduismo y los antillanos seguían el rito protestante. Estos últimos fueron los precursores de las iglesias bautistas, metodistas y anglicanas.
Como resultado de la situación, afloró todo un patrimonio cultural en forma de templos católicos. En el caso particular de San José, estos edificios no solo se convirtieron en sitios de adoración sino también bibliotecas y museos. Guardan tesoros de valor religioso e histórico, además de otros secretos y curiosidades.
Por ejemplo, la iglesia de la Merced –ubicada frente al parque Braulio Carrillo– posee un ambiente lúgubre. Esto no es casualidad, puesto que la intención de sus creadores fue que recordara al vientre materno de la virgen María. Cuando el visitante accede al lugar es recibido por un Cristo crucificado lleno de realismo. El escultor Manuel Zúñiga se empeñó con esmero para entender el proceso de muerte y plasmarlo en su obra.
La imagen de la virgen de la Merced también tiene sus rasgos particulares. Se la considera «patrona de los presos» y en diez años cumplirá un siglo de antigüedad. En sus pies reposan cadenas pertenecientes a presidiarios de la cárcel de Puntarenas. Estos hicieron una colecta para comprarlas y engalanar a su santa.
Por su parte, la catedral metropolitana –frente al parque Central– y la iglesia de la Soledad –frente al paseo de los Estudiantes– también tienen lo suyo. El sagrario de la catedral es una réplica del original, pues el primero fue demolido para ampliar la avenida segunda. Además, las velas ahora son luces LED para evitar que el humo de las candelas dañe las obras en el interior del templo.
La Soledad es una de las pocas estructuras que se sostienen por un sistema de mampostería sin acero. Este método consiste en colocar ladrillo sobre ladrillo sin nada más que sostenga la estructura. Aparte de eso, las campanas poseen nombres: Fe, Esperanza, Caridad y Avemaría.
En fin, cada centro de adoración tiene sus peculiaridades. Es muy difícil de detallar todos los aspectos destacados a no ser que usted se encuentre en el territorio josefino. Por eso es fundamental que usted venga a explorarlo por sí mismo. En tal sentido, la agencia de viajes Valle Dorado es la opción principal para lograr este propósito. Con una trayectoria de más de 20 años, es la opción por excelencia para descubrir la capital costarricense.
Por: Andrés Figueroa Vásquez.
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